jueves, 11 de junio de 2009

La Diablada




En la labor realizada por los misioneros jesuitas en la ciudad de Juli, notaron la inclinación de los nativos hacia el canto y la danza, el cual utilizaron para la evangelización de la región. Los misioneros habían enseñado un representación de los siete pecados capitales y el triunfo de los ángeles sobre los demonios .

Una ceremonia que data del año 1550, en ocasión de la boda del Conde de Barcelona con la hija de Rey de Aragón, fue representada una farsa en la que un grupo de diablos, con lucifer a la cabeza, entabla una batalla coreográfica y verbal con un grupo de ángeles dirigidos por el Arcángel San Miguel. En los tres breves actos dialogados de la diablada, los siete pecados capitales son vencidos por los ángeles con la ayuda del pueblo.

La Diablada (también Diablos, Diablícos), es parte integral del repertorio teatral empleado por la colonización hispana y la catequización que la acompañaba, para enseñar a los nativos del continente americano los preceptos de la Fe Cristiana y la historia de imperio, según el punto de vista de los colonizadores (véase auto de fe, Moros y Cristianos).

La batalla cala en los pobladores andinos del Virreinato del Perú. Así forman un sincretismo con la cultura y cosmovisión andina, en donde el Alaj'pacha es la dimensión de los Dioses (los Apus), el ak'pacha que representa el presente y la tierra (la Pachamama) y el manka'pacha que representa lo desconocido y el infierno (el Anchancho).

La danza tradicional andina pagana, que según los registros del rvdo. Ludovico Bertonio de 1612, tuvo su origen en el Virreinato del Perú, en Oruro (Alto Perú colonial) como danza religiosa en la que se escenifica la lucha entre el bien y el mal personificados en las figuras del Arcángel San Miguel y las huestes infernales.
En la colonia debido a la persecución de los adoradores de idolatrías ajenas a la católica, por la temible inquisición, todo culto o acto a favor de los demonios era castigado, pero no incluyó el aspecto catolizante de la diablada.
Llegada la independencia, renace la diablada como un acto de los pobladores dedicados al pastoreo de ganado conocido como los mañazos, bailándose únicamente en círculos frecuentados por éstos. Esta danza es impulsada y practicada con mas énfasis en Bolivia, incorporándose la zampoña.
Posteriormente, con la introducción de los instrumentos de metal y el cambio melódico y rítmico que las bandas de músicos incorporan, hacen de la diablada un ritmo contagiante y alegre, que a través de los años sufre y viene sufriendo variaciones.

En 1890 el párroco de Paria, población cercana a la ciudad de Oruro, José Soria, con la colaboración de Daniel Valda, teatralizó la batalla entre el cielo y el infierno relatada en la Biblia. Ese mismo año los hermanos Hermógenes y Santiago Nicolás hicieron las primeras máscaras de diablo tal y como se conocen hoy en día.

A partir de finales del siglo XIX el baile se establece como elemento central de la celebración religiosa de la Virgen de la Candelaria en la ciudad de Oruro en coincidencia con la época de carnaval. Posteriormente su práctica se propagó a otras ciudades andinas (La Paz, Puno, Cochabamba).

Sobreviven diabladas en varios lugares del ámbito hispanoamericano, las más famosas en Bolivia, Perú, Chile, Colombia, Panamá y Venezuela. En la Pastorela (Teatro de Navidad con distribución en México), el diablo tenta a los pastores, y es vencido por el Arcángel San Miguel, antes de que ellos puedan seguir su camino rumbo al niño Jesús.